El luteranismo fue la primera expresión histórica de la Reforma Protestante. Tiene sus orígenes en el movimiento que encabezó el fraile Martin Lutero (1483-1675), en el espacio geográfico del Imperio Germánico, cuyo objetivo era la reforma de la Iglesia, aunque la sucesión de los acontecimientos y el endurecimiento de las posiciones condujo a un desenlace diferente: la ruptura de la unidad de la Iglesia cristiana de Occidente. Algunos luteranos consideran el 31 de octubre de 1517 como el día de surgimiento de esta rama del cristianismo, fecha en la que se colocaron las 95 tesis sobre las indulgencias en la puerta de la “Iglesia de Todos los Santos” en Wittenberg, Alemania.
Los factores políticos tuvieron un gran peso. La imposibilidad de terminar con el movimiento reformador, a pesar de varios intentos en ese sentido, llevó a Carlos V a aceptar las propuestas de los príncipes del Imperio que se habían adherido a las doctrinas luteranas (Dietas de Spira, 1526 y 1529). Años más tarde, la paz de Augsburgo (1555) reconocía que cada príncipe podía profesar la religión que quisiera, sin que el emperador lo pudiese impedir, y que todos los súbditos debían seguir la religión del príncipe (según el principio cuius regio, eius religio).
Sin embargo, esto no significó la paz para los luteranos, ya que en esa época se suscitaron disputas entre quienes sostenían posiciones teológicas diferentes. Los grupos enfrentados tenían como líderes a Felipe Melanchton, discípulo de Lutero y primer sistematizador de su obra, con una fuerte presencia entre los teólogos de Wittenberg, y M. Flacious y la Universidad de Jena (“gnesio-luteranos”: luteranos legítimos o auténticos). Melanchton y sus seguidores (“filipistas”), de mentalidad más abierta, creían que era posible conservar la unidad a pesar de no alcanzar una completa identidad en cuanto a la doctrina. Los “gnesio-luteranos” eran contrarios a esta posición, considerando que los “filipistas” –a los que acusaban de “cripto-calvinistas”–, sostenían el indiferentismo, porque su modo de comprender la unidad comprometía las posiciones teológicas de la Reforma. La genuina unidad entre cristianos y la real paz entre las posiciones teológicas, según ellos, sólo era posible con un acuerdo honesto sobre todos y cada uno de los temas de controversia doctrinal.
Las querellas doctrinales, a causa de las posiciones teológicas de Melanchton o de sus discípulos, tocaban varios temas: la querella de las adiaphora (“cosas indiferentes”), suscitada por la aceptación de las ceremonias del culto y las estructuras eclesiásticas católicas, a las que se consideraba indiferentes en materia de salvación, y que Carlos V había impuesto como una condición para la paz entre las confesiones; el conflicto “mayorista”, suscitado por la afirmación de un discípulo de Melanchton (Major) de que las obras eran necesarias para la salvación; relacionado con esto, se presentará el conflicto synergista, referente al modo de participación del ser humano en la salvación; el conflicto antinomista, suscitado por la afirmación de la inutilidad de la ley para aquellos que han sido justificado por la fe; y, finalmente, las querellas sobre la cena y la cristología, debido a una evolución en el pensamiento de Melanchton, que se había distanciado progresivamente del dogma de la presencia real y asumido una teología de corte calvinista. Las dos escuelas, a pesar de los sucesivos enfrentamientos, coincidieron en algo: la condena a la posición de A. Osiander, de una corriente mística, que, contrariamente a lo que había afirmado Lutero, sostenía que la salvación entraña una transformación interior del hombre justificado.
El acuerdo completo llegó sólo después de la muerte de Melanchton (†1560) y del exilio de Flacious y sus partidarios más extremistas, y cuando una nueva generación de teólogos pudo dar un paso adelante en la resolución de las controversias. Pero esto llevó su tiempo. Después de varios intentos intermedios, el acuerdo se cristalizó definitivamente en la que se conoce como “Fórmula de la Concordia” (1577), firmada por más de 8000 líderes y publicada el 25 de junio de 1580, al celebrarse los 50 años de la Confesión de Augsburgo, en el llamado Libro de la Concordia. La “Fórmula de la Concordia” permitió la unidad entre los luteranos alemanes y escandinavos, pero, al mismo tiempo, marcó la ruptura definitiva con los protestantes de tradición reformado-calvinista y los grupos marginales que nunca habían aceptado la Confesión de Augsburgo (anabaptistas; sectarios de Schwenckfeld; nuevos arrianos; antitrinitarios).
El período que se inició a partir de ese momento se conoce como “ortodoxia luterana”, que se divide, generalmente, en tres períodos: la temprana ortodoxia (1580-1600), la alta ortodoxia (1600-1685), la tardía ortodoxia (1685-1730), es decir, el inicio, el apogeo y la decadencia. Se comienza a desarrollar así, de manera gradual, una escolástica luterana, especialmente con el propósito de discutir con los jesuitas, establecida definitivamente por Johann Gerhard. Se afirma un modo de hacer teología más parecido al escolástico que al estilo kerigmático y homilético de Lutero; la metafísica reaparece en la teología protestante. El punto culminante de este modo de hacer teología se encuentra en Abraham Calovius. Cercano el fin de la Guerra de los Treinta años, un espíritu irénico, semejante al que animara a Melanchton, se hizo presente en la Escuela de Helmstedt, especialmente en la teología de G. Calixtus, quien estaba inspirado por un cierto humanismo y el deseo de conservar en la teología su referencia a los Padres de Iglesia. Esto fue motivo de un nueva controversia, la controversia sincretista.c) La ortodoxia tardía se desgarró por los influjos de dos movimientos de diferente signo: el “racionalismo” –filosofía basada en la razón–; y el “pietismo” –un movimiento de “renacimiento” o de “despertar” religioso surgido en el seno del luteranismo–. Después de una década de vitalidad de la ortodoxia, los teólogos pietistas Ph. Spener (1635-1705) y A. Francke (1663-1727), advirtieron que la ortodoxia luterana había sufrido un proceso de degeneración vital, cambiando la verdad de la Escritura por un intelectualismo insignificante y formalista. Por eso el “pietismo” insistía en una religiosidad interior e individual, volviendo a una de las inspiraciones mayores de Lutero, si bien éste no hubiera compartido el acento puesto en la “santidad interior”. Por el pietismo se hizo popular la lectura de la Biblia y tomaron auge las diferentes obras de caridad; surgen las diaconisas. El “pietismo” se convirtió así en un rival de la ortodoxia luterana, si bien fue capaz de adoptar cierta literatura devocional proveniente de ésta. Al interior del pietismo, ocupó un lugar particular el conde N. L. von Zinzendorf, y las comunidades de los Hermanos Moravos –hoy constituyen una iglesia aparte–, que en un deseo unionista deseaban conjugar los postulados de la ortodoxia luterana con las prácticas pietistas.
Por otra parte, los filósofos racionalistas franceses e ingleses ejercieron un enorme impacto en el transcurso del siglo XVIII, junto a los racionalistas alemanes Ch. Wolff, G. Leibniz, y E. Kant. Sus obras condujeron a un desarrollo del pensamiento racional y al razonamiento en el pueblo, debilitando abruptamente su fe en Dios y en la Biblia. Los principios racionalistas difícilmente eran conciliables con el cristianismo, y menos aún con el cristianismo luterano. Hay que reconocer que, a pesar de ello, produjo algunos frutos en el ámbito de los estudios bíblicos. En esta época, una genuina piedad se encontraba casi solamente en los pequeños círculos pietistas. Sin embargo, algunos laicos fueron capaces de preservar su ortodoxia luterana respecto del pietismo como del racionalismo, recurriendo a los viejos catecismos, himnarios y escritos devocionales.
La invasión de Napoleón a Alemania promovió el racionalismo e indispuso a los luteranos alemanes, reforzando en el pueblo el deseo de preservar la teología de Lutero ante el racionalismo. Este Erweckung o “despertar”, sostenía que la razón era insuficiente y acentuaba la importancia de la experiencia religiosa emocional. Pequeños grupos surgieron, a menudo en las universidades, que se dedicaban al estudio de la Biblia, leían escritos devocionales, y organizaban encuentros de avivamiento. Miembros de este movimiento asumieron el compromiso de restaurar la liturgia y la doctrina tradicional de la iglesia luterana en lo que se conoció como el movimiento neo-luterano. Quienes se enrolaron en este movimiento retomaron la polémica entablada en el siglo anterior por los teólogos supranaturalistas pero, además, intentaron encontrar una vía media entre la teología de la experiencia espiritual de Schleiermacher, que no veía necesario referirse a una revelación objetiva y las exigencias de una teología confesional.
El ejemplo más claro ha sido la Escuela de Erlangen que, dejando de lado las rupturas racionalistas, buscó desarrollar un pensamiento fundado en el principio de desarrollo orgánico; al mismo tiempo, intentando un retorno a la dogmática confesional, volvió a entroncarse con la ortodoxia luterana del siglo XVII. Este movimiento no se limitó al ámbito universitario sino que estuvo presente también en la predicación y contribuyó al desarrollo del espíritu misionero, al redescubrimiento de la eclesiología y la vida litúrgica.La teología luterana del siglo XX presentará también una especie de dialéctica entre dos posiciones que, a grandes rasgos, podrían caracterizarse como ortodoxia y liberalismo. La ortodoxia dogmática, fundada en la reafirmación perentoria de la autoridad de la Palabra de Dios, tuvo por principal protagonista al teólogo neo-calvinista K. Barth, de gran influjo en los ámbitos teológicos luteranos. El liberalismo teológico, fundado en una filosofía existencialista, ha encontrado su principal representante en R. Bultmann, quien ha subrayado la ruptura entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe. La generación más reciente de exégetas (Käsemann, Bornkmann, Conzelmann, y otros) ha reaccionado contra esa dicotomía, intentando redescubrir a Jesús a partir del Cristo de la predicación de la Palabra.
Otra tendencia interesante en la teología luterana contemporánea es aquella que ha procurado profundizar teológicamente la relación entre fe y realidades terrestres, Iglesia y mundo, que busca superar los límites de una ortodoxia protestante que excluía el mundo profano de toda influencia de la fe. El ejemplo más claro de este intento ha sido P. Tillich, hasta el extremo, en su caso, de desdibujarse lo específico del dato cristiano. Aparece así una vez más el problema de cómo encontrar el equilibrio entre inmanencia y trascendencia, algo no resuelto en la antropología de Lutero.El lugar prioritario de la BibliaTradicionalmente, los luteranos han sostenido que la Biblia es el único libro divinamente inspirado y la única fuente de conocimiento revelado. El Sola Scriptura es el principio formal y la autoridad final de todo lo relativo a la fe y la moral, debido a su inspiración, autoridad, claridad, eficacia y suficiencia. Sin embargo, este principio ha conocido diferentes interpretaciones a lo largo de la historia. Lutero enseñó que la Biblia es la Palabra de Dios, y la única guía segura para la fe y la vida cristiana. Además, sostuvo que cada pasaje de la Escritura tiene un significado: el sentido literal tal como es interpretado por otro texto de la Escritura. Esto fue sostenido también en tiempos de la ortodoxia luterana en el siglo XVII. En el siglo siguiente, el racionalismo afirmaba que la razón, más que la autoridad de la Biblia, es la fuente final de conocimiento, aunque la mayoría de los laicos no aceptó esta posición racionalista.
En el siglo XIX, el reavivamiento confesional enfatizó nuevamente la autoridad de la Biblia conforme a las confesiones de fe luteranas. Actualmente, los luteranos difieren acerca de la inspiración y autoridad de la Biblia. Los más conservadores usan el método histórico-gramatical de interpretación; los teológicamente liberales los métodos críticos.El luteranismo ha sostenido que la Biblia no sólo contiene la Palabra de Dios, sino que toda palabra de ésta es, a causa de la inspiración verbal, directa e inmediatamente palabra de Dios. Como los luteranos confiesan en el Símbolo Niceno, que el Espíritu Santo “habló por los profetas”, la Apología de la Confesión de Augsburgo identifica la Sagrada Escritura con la Palabra de Dios y llama al Espíritu Santo autor de la Biblia. Por eso, la Fórmula de Concordia confiesa: “recibimos y abrazamos con un solo corazón la Escritura profética y apostólica del Antiguo y del Nuevo Testamento como pura, clara fuente de Israel”. Para los luteranos, los libros apócrifos –los mismos que los católicos llamamos “deutero-canónicos”–, no fueron escritos por los profetas, por inspiración; ellos contienen errores y nunca fueron incluidos en el canon palestinense que Jesús usó, por lo tanto no son parte de la Sagrada Escritura. Los luteranos han sostenido que la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios, posee la plena autoridad de Dios. Cada afirmación de la Biblia reclama una inmediata e incondicionada aceptación; cada doctrina allí contenida es enseñanza de Dios y por lo tanto exige pleno asentimiento. En la Biblia, además, están claramente presentes todas las doctrinas y mandamientos de la fe cristiana, por eso la Palabra de Dios es libremente accesible a todo lector que, con una inteligencia común, sin una educación especial, se dirige a ella. De allí que no sea necesaria ninguna instancia magisterial externa. La Escritura está unida con el poder del Espíritu Santo y con esto, no sólo pide, sino que crea la aceptación de su enseñanza; esa enseñanza produce fe y obediencia. Por eso la Sagrada Escritura no es una letra muerta, sino que el Espíritu Santo es inherente a ella; no impele a un mero asentimiento intelectual de su doctrina, sino que crea el asentimiento vivo de la fe. La Escritura, además, contiene todo aquello que es necesario saber para alcanzar la salvación y, en vista de ella, vivir una vida verdaderamente cristiana; en consecuencia, no es necesario otro tipo de enseñanza. De acuerdo a la comprensión luterana, en la Biblia hay dos tipos diferentes de contenidos: la Ley, es decir, la palabra de Dios exigente, palabra de juicio; y el Evangelio, que es la palabra de Dios que perdona y renueva. La distinción entre ambos permite conocer la enseñanza del Evangelio de la justificación por la gracia y dejar de lado todo aquello que puede oscurecerla.
El luteranismo se distingue por la primacía que atribuye a la doctrina frente a la liturgia, la ética y la constitución de la Iglesia. El Libro de la Concordia, publicado en 1580, contiene diez documentos que algunos luteranos creen que son una explicación fiel y autorizada de la Sagrada Escritura. Junto a los tres credos ecuménicos (de los Apóstoles, Niceno y Atanasiano), se encuentran siete documentos confesionales que articulan la teología luterana de los tiempos de la Reforma; éstos son: a) de Martín Lutero: el Catecismo Menor (1529) –conocido como la “Biblia de los laicos”–; el Catecismo Mayor (1529); los Artículos de Esmalcalda (1537-1538) –se llamarán con este nombre sólo a partir de 1553–; b) de Melanchton: la Confesión de Augsburgo (1530) –confesión de fe esencial del luteranismo–; la Apología de la Confesión de Augsburgo (1531); c) de los teólogos reunidos en Esmalcalda (1537): el Tratado sobre el poder y la primacía del Papa (1537); d) la Fórmula de la Concordia (1577-1580). Esto no quiere decir que la posición doctrinal de todas las iglesias luteranas respecto a estos escritos sea uniforme. Para señalar dos ejemplos: las iglesias que conforman la Federación Luterana Mundial reconocen el carácter normativo de la Confesión de Augsburgo y del Catecismo Menor; las bases doctrinales del Consejo Luterano Internacional, en cambio, señalan sin más el Libro de la Concordia.En una próxima entrega continuaremos con la presentación de las principales doctrinas luteranas y la expansión (y organización) del luteranismo a nivel mundial.
Las nuevas estructuras eclesiásticas que se establecieron se conocen como “iglesia/s luterana/s”; adjetivo que no hubiera sido del agrado de Lutero, que prefería la palabra “evangélica”. Los movimientos migratorios y las misiones que tuvieron lugar a partir de finales del siglo XVIII, contribuyeron a la expansión luterana fuera de sus territorios de origen. En la década de 1830, se encuentran ya luteranos en el Río de la Plata y, en la década siguiente, se reconoce oficialmente su presencia; sin embargo, habrá que esperar hasta 1853, para que se erija el primer templo luterano en Buenos Aires. Las décadas siguientes verán llegar otros grupos de luteranos: daneses, alemanes del Volga, o provenientes de diferentes países de Europa central.
Cabe mencionar que Lutero, personalmente, no fundó la iglesia luterana como una institución, ni planeaba que sus enseñanzas derivaran en una nueva denominación cristiana, según expresó, con sus propias palabras, declarando:
“Ruego por que dejen mi nombre en paz. No se llamen a sí mismos ‘luteranos’, sino Cristianos. ¿Quién es Lutero?, mi doctrina no es mía. Yo no he sido crucificado por nadie . ¿Cómo podría, pues, beneficiarme a mí, una bolsa miserable de polvo y cenizas, dar mi nombre a los hijos de Cristo?. Dejen, mis queridos amigos, de aferrarse a estos nombres de partidos y distinciones; fuera a todos ellos, y dejen que nos llamemos a nosotros mismos solamente cristianos, según aquel de quien nuestra doctrina viene”.1 2 3 4 5 6
A pesar de ello, en la historicidad de la reforma protestante, se designó el apelativo “luterano” y “luteranismo” para referirse a la doctrina interpretativa y enseñanzas que Lutero hizo acerca del cristianismo. Este término fue usado de igual forma por la Iglesia católica para acusar a los simpatizantes de las intepretaciones que Lutero tenía sobre el cristianismo, hasta que paulatinamente, fueron consolidándose diversas iglesias autodenominadas luteranas, y con ello se fue formando una denominación cristiana.
Creencias[editar]
Los luteranos creen en Jesucristo como el fundador espiritual, y comparten la creencia de que Dios es uno y la trinidad ([Santa Trinidad]), es decir: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Además, se comparte la interpretación bíblica que hizo Martín Lutero de que Dios no justifica a los hombres por sus obras buenas, sino más bien por su fe, lo que representa una creencia base fundamental del pensamiento luterano.
El pensamiento de Martín Lutero se basa en el concepto de la justificación por la fe, que negaba cualquier teoría católica u ortodoxa respecto a los méritos personales aplicables a la salvación, además de rechazar completamente la mediación de los santos/vírgenes y veneración de las imágenes. Lutero denunció la venta de indulgencias y la obtención de los perdones a cambio de bienes, así como la venta de cargos eclesiásticos, prácticas que por lo tanto son rechazadas en la iglesia luterana.
El luteranismo rechaza la primacía y autoridad católica del papado como institución divina. Niega la tradición dogmática de la existencia del purgatorio. El movimiento protestante iniciado por Lutero afirma el valor único de las Escrituras y la supremacía de la fe en Jesucristo. Lutero desarrolla la doctrina del Sacerdocio Universal, en donde afirma que las Escrituras pueden ser entendidas por todos los creyentes y que cada uno puede examinarlas libremente gracias a la creación de la imprenta. Según Lutero, todos los creyentes son sacerdotes en virtud de los sacrificios espirituales de un corazón arrepentido en oración.
En sentido estricto, no se puede hablar de una sola Iglesia luterana, pues son varias las iglesias o subramas que surgen del movimiento luterano. Actualmente una rama del luteranismo está empezando a incorporarse progresivamente al evangelismo, mientras que el movimiento Neoluterano (emparentado con la tradición de la High Church anglicana) se acerca al catolicismo.
Postulados[editar]
Las ideas básicas de la teología luterana, que suelen concordar en su gran mayoría con la fe evangélica, se sintetizan en cinco fórmulas latinas más conocidas como las Cinco_solas:
1. Solo Cristo : El único fundamento de la fe es Jesús. “Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo” (1 Corintios 3:11). “Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5)
2. Sola gratia (La Gracia sola):Cristo es el único que puede justificarnos. Las obras, incluidos los ritos eclesiales y cualquier otro tipo de esfuerzo humano, no son la causa de la salvación del hombre. Cristo murió por nosotros y a través de él, por medio de la fe, somos salvos, para que nadie crea que fue salvo por su propio mérito, ni para que se glorifique de sus propias obras. Por lo tanto, la salvación es obra de la sola gracia de Dios.(Efesios 2:8-10)
3.Sola Scriptura (sólo la Escritura): La única fuente de revelación y norma de vida son las Sagradas Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento.
4.Sola fide (sólo la fe): La fe es lo único que, mediante la gracia de Dios, nos salva. Ninguna obra puede salvarnos, sino sólo la fe. Dice el apóstol Pablo: “Porque en el Evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Romanos 1:16-17)
5.Soli Deo Gloria (sólo Gloria a Dios): Enseña que toda la gloria es sólo para Dios, puesto que la salvación sólo se lleva a cabo a través de su voluntad y acción; no sólo el don de la redención todo-suficiente de Jesús de Nazaret en la cruz, sino también el don de la fe en esa redención, creada en el corazón del creyente por el Espíritu Santo.
Doctrina luterana[editar]
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Es importante señalar que la doctrina del luteranismo es esencialmente distinta y contrastante al catolicismo romano, y que a su vez, guarda algunas diferencias con el actual movimiento evangélico.
1. Sacramentos: Para los luteranos Cristo instituyó dos sacramentos: el Santo Bautismo y la Eucaristía o Santa Cena (con una concepción distinta a la del catolicismo, la Unión Sacramental).
2. Imágenes: En contra de lo que normalmente se puede pensar, los luteranos, si bien no son tan afines a la imaginería religiosa como los católicos romanos, sí permiten las imágenes como medio de enseñanza.
3. Liturgia: Los luteranos tienen una liturgia histórica proveniente de la Misa pre-tridentina y en casi todos los casos es más conservadora que la católica. En algunos casos, no obstante, se puede apreciar cierta similitud en los cultos o reuniones con las formas contemporáneas de las iglesias evangélicas de hoy en día.
4. Vestimentas y costumbres: En contraposición con el catolicismo y en total concordancia con el evangelicalismo, los pastores o ministros pueden contraer matrimonio, pueden ejercer actividades económicas lucrativas en favor propio o de la iglesia. Una característica que se conserva del catolicismo es la vestimenta que emplean los líderes espirituales, que es parecida a la de la Iglesia católica.